En 2 Pedro 1:3 encontramos lo siguiente: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”. Esta escritura dice que la educación, la santificación y el crecimiento de la Nueva Criatura consisten en “aprender a Cristo”. Desde su conversión hasta su muerte, el tema dominante de la vida del apóstol Pablo se resumió en estas palabras: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Filipenses 3:10). Hasta que llegue a ser una revelación del corazón que “Cristo es todo” (Colosenses 3:11), nunca podremos vencer verdaderamente esta cosa llamada “YO”.
El yo es muy sutil; como Satanás, puede aparecer como un ángel de luz. Si fuera posible, hasta los mismos elegidos serían engañados por él. El yo puede ser muy religioso, y su mayor deseo es ser aceptado y reconocido como justo. La actitud de la mayoría de los cristianos es que Dios debe mejorarlos. Su pensamiento es: he sido redimido, soy un hijo de Dios y debo pedirle que me haga un mejor siervo de Jesucristo. Además, creen que Dios debe canalizar algo de amor hacia su corazón, fe, poder y santidad y mejorarlos. Debemos aprender que la superación personal es a la vez un pecado y una imposibilidad.
Para vencer este yo y llegar a ser verdaderamente el cristiano que Dios quiere, debe llegar al corazón la revelación de que “Cristo es todo y en vosotros todo”. Con esa revelación llegará la comprensión de que “Dios es amor”. El amor no puede canalizarse hacia ti; el amor es una persona; Dios es amor. Por lo tanto, el amor es amar a Dios. No se te puede dar poder, convirtiéndote en un siervo más poderoso de Jesucristo. El poder, como el amor, es una persona, y esa persona no soy yo. Es exclusivamente Cristo quien es Dios; no importa si lo llamas Padre, Hijo o Espíritu Santo. Finalmente, con la revelación de que “Cristo es todo” llega la revelación adicional de que la “vida eterna” no es algo, sino una Persona. Jesús no dijo que tenía una vida para dar; dijo: “Yo soy la vida”.
Tal vez te plantees la pregunta: “¿Dónde encajo yo en todo esto?” Todo está reunido en la afirmación: “Cristo es todo y en todos”. Cristo es todo, no Cristo lo tiene todo. Si Cristo es todo, ¿qué me queda a mí? Pensábamos que éramos alguien y algo o que podíamos conseguir algo. Descubrimos que Dios se había llevado todo. Cristo es todo. Aquí está el vínculo. Cristo es todo y en todos. Cuando esta revelación llegó a mi espíritu, vi, y ruego que tú también veas, que la razón de la existencia de toda la creación es contener al Creador. No ser algo, sino contener a alguien. Con esta verdad viene otra verdad importante. Nosotros los humanos consideramos importante al yo humano, lo que nos muestra que el yo es extremadamente poco importante. En el universo sólo existe uno mismo que es importante. ¿Por qué? Porque sólo hay una persona en este universo que dijo: “Yo Soy”. Sólo hay una persona, y la creación humana es llevada a una relación viva con este Uno para que Él pueda manifestarse en Su perfección de vida y amor a través de nosotros. Toda la creación existe porque el Espíritu debe tener un cuerpo para manifestarse. Las Escrituras declaran: “Toda la tierra está llena de su gloria”. Las Escrituras también dicen que Cristo ascendió “para llenar todas las cosas”. Si Cristo llena todas las cosas, todas las cosas son contenedores de Él. Aquí está tanto la cima como la peligrosa profundidad de la humanidad.
La cumbre es ésta: el resto de la creación puede contener manifestaciones de Dios; nosotros podemos contener a Dios como persona. Dios puede manifestar su belleza a través de las flores y los árboles. Podemos mirarlos y maravillarnos de su belleza, pero no decir: “Eso es Dios”. La mayor maravilla, la mayor cumbre de la personalidad, es cuando podemos mirar a un ser humano y decir: “Dios está ahí”.
La profundidad y los peligros de la humanidad son que la personalidad significa libertad. La elección inteligente es la esencia de la personalidad. Por lo tanto, Dios parecía estar en un dilema cuando creó a las personas, porque las personas que Él creó podían darse vuelta y decir: “No quiero que vivas en mí”. Eso es exactamente lo que sucedió. Nos convertimos en nuestro dios, no en Dios. Queremos dirigir nuestras propias vidas, y ese es todo nuestro problema. No hay un solo problema en la humanidad, excepto nuestras reacciones internas. Una vez que sabemos cómo manejar el yo humano y devolverlo al lugar que le corresponde, habremos encontrado la clave de la vida.